Darío Lopérfido




"El antídoto contra la baja calidad"

Darío Lopérfido analiza las tendencias mundiales y dice que el teatro escapa a la decadencia

Este año está más tranquilo que el anterior. En 11 meses, un tiempo récord, Darío Lopérfido debió programar y organizar la última edición del mayor evento teatral del país, el Festival Internacional de Buenos Aires (FIBA), cuando asumió como director artístico, tras la renuncia de Rubén Szuchmacher. Además de haber dirigido el Centro Cultural Rojas en los 90, fue secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, y luego de la Nación, durante las respectivas gestiones de Fernando de la Rúa. Hoy recorre el mundo viendo las últimas tendencias teatrales y está atento a las nuevas corrientes de los escenarios.

-¿Cómo percibís que se encuentra el teatro en el mundo en comparación con otras artes? 
-En un momento donde se percibe, en un mundo mediatizado e hipercomunicado, cierta pérdida de calidad en determinadas manifestaciones, como ocurre con el cine o la TV, pareciera que el teatro se convirtió en un antídoto contra la baja calidad y la pérdida de intencionalidad artística. Sigue siendo el único espacio donde prima la discusión, y el teatro se mantiene lejos o protegido de las exigencias brutales del mercado.

-¿Alguna tendencia clara? 
-El teatro político va a seguir existiendo siempre. Es cierto que ya no puede influir como lo hacía, por ejemplo, en épocas de Brecht, donde no había TV y era masivo. Pero que se realicen obras, aunque sea para 70 espectadores, permite seguir trabajando desde la reflexión, sobre las tendencias estéticas, sobre el hecho teatral, y en torno al discurso social y político [no de panfleto]. Esto sólo es posible en una actividad sofisticada, como es el teatro, que se puede correr de la decadencia del mundo.

-Y además del teatro político, ¿cuáles son las tendencias estéticas? 
-Hay cada vez más áreas que se cruzan. Hace poco vi Choeurs , de Alain Platel, en el Teatro Real de Madrid, protagonizado por sus bailarines y los miembros del coro, con arias de Wagner y Verdi. Me interesa cuando se cruzan disciplinas, estéticas y públicos (como ocurrió con Eraritjaritjaka , de Heiner Goebbels, o con el Hamlet , de Thomas Ostermeier, en el último FIBA. También me pareció muy interesante Vida y muerte, de Marina Abramovic, protagonizado por esta performer, dirigida por Bob Wilson, y con la música de Antony, de Antony and the Johnsons.

-¿Qué lugar o región se destaca por su innovación? 
-Polonia vive un presente muy rico, con propuestas como la de Marcin Lieber. Es interesante el trabajo del matrimonio de Monika Strzepka, directora, y Pawel Demirski, dramaturgo, que hacen teatro político e histórico. También se destacan Jan Klata, quien estuvo en el último FIBA. Y debo mencionar a Krzysztof Warlikowski, que está haciendo Un tranvía llamado Deseo, con Isabelle Hupert. Además, en Australia hay un movimiento importante, con compañías como Belvoir y Bell Shakespeare, o el grupo de danza integrado por aborígenes, Bengarra. Y también el teatro latinoamericano, con la compañía mexicana Lagartijas Tiradas al Sol, y con el trabajo de directores chilenos, como Guillermo Calderón [presentó aquí Villa y discurso, y pronto estrenará Bebel, en la Dusseldorfer Schauspielhaus] y Manuela Infante [Teatro Cinema].

-¿Qué lugar ocupa el teatro argentino en el exterior? 
-Hay un pelotón, o una generación dorada y fabulosa, que abrió camino: Javier Daulte, Rafael Spregelburd, Alejandro Tantanian y Daniel Veronese. Ellos son gente importante en el mundo y es lo mejor que le ha pasado al teatro argentino en mucho tiempo. Lo interesante es que se han ido incorporando las generaciones siguientes, como la de Claudio Tolcachir, quien siempre tiene alguna de sus obras de gira; Romina Paula, Heidi Steinhardt o Ciro Zorzoli, quien con Estado de ira logró penetrar en el mercado norteamericano. También lograron un lugar en el exterior Mayra Bonard, Juan Pablo Gómez, Fernando Rubio y Lola Arias, quien estrenó en Chile una versión con elenco local de Mi vida después.

Fuente: La Nación

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