Pepe Cibrián Campoy: Marica


“Mi obra es una defensa para todo aquel que sea diferente”

En el texto escrito e interpretado por Cibrián Campoy, Federico García Lorca ensaya un raconto de su vida, frente a frente con quien será su ejecutor. Y de su discurso alucinado entran y salen sus padres y su entrañable amigo Salvador Dalí.

En Marica, obra escrita e interpretada por Pepe Cibrián Campoy, el poeta y dramaturgo Federico García Lorca ensaya un raconto de su vida, frente a frente con quien será su ejecutor. De su discurso alucinado entran y salen sus padres y su entrañable amigo Salvador Dalí. Poco antes de consumarse su muerte, Federico pronuncia su alegato en defensa de los diferentes. “No sé cuándo la pensé, sólo sé que empecé por el final, por ese monólogo que le dio título a la obra”, escribe Cibrián Campoy en la introducción a la edición de Marica, obra que acaba de estrenar en El Cubo (Zelaya 3053). Fue precisamente ese fragmento final el que el actor y director eligió en 2010 para leer en público cuando fue invitado a participar de la primera audiencia pública de la Comisión de Legislación General del Senado, en ocasión de tratarse el proyecto de ley de matrimonio para parejas del mismo sexo. Luego de aquella experiencia, Cibrián Campoy fue invitado a realizar cuatro funciones –ya de la obra completa– en el Aula Magna de la Facultad de Medicina. La recepción que obtuvo lo llevó a planear una temporada teatral con funciones de viernes a domingo: “Ya que voy a ser actor, quiero disfrutarlo”, afirma el protagonista en una entrevista con Página/12.

Marica es una obra que valoriza la palabra, que atrapa por su cadencia afín al romancero y los clásicos españoles. Su autor dice estar asombrado por la reacción del público, que llenó la sala durante la primera semana del estreno. Confiesa que no sabe si va a ser capaz de convocar a quienes lo conocen por sus musicales. A pesar de su popularidad, su inquietud es comprensible: Marica es un espectáculo que está en los antípodas de las obras que Cibrián Campoy suele estrenar. No hay más que una silla en el escenario, tampoco hay música ni efectos de luz especiales. El actor hace su monólogo libreto en mano, descalzo y vestido de blanco. “Me asombra el silencio de la platea –comenta–, el respeto por un texto que está lleno de metáforas y símbolos.”

“Marica es una defensa para todo aquel que sea diferente”, generaliza el autor. Y aclara que para él, la palabra marica “implica no sólo la condición de Federico García Lorca por lo cual fue asesinado, sino el alma, la creatividad, el arte, la grandeza de todos aquellos que a través de sus obras y aun a costa de su propia vida modificaron la historia del hombre”. La obra, que fue concebida en principio para dos actores a cargo de varios roles, fue convertida por su autor en un monólogo al asumir él mismo todos los personajes. Sin embargo, al decir de Cibrián Campoy, no es éste un unipersonal: “Marica es un espectáculo pleno de actores, de historias, de vivencias. Un multipersonal interpretado por un solo actor”.

“Tengo 64 años y es la primera vez que me aplauden y gritan bravo a mí, como actor”, sigue asombrándose. Es que la trayectoria de Cibrián Campoy como intérprete no es relevante, según él mismo lo admite: apenas unas intervenciones menores en la televisión y en teatro, en sus primeras obras. Su ansia de protagonismo, según aclara, encontró en el rol del director y puestista un lugar de privilegio. Su gusto por el género musical le viene de muy lejos: “Ponía un long play de esos de antes y me imaginaba dirigiendo a una gran orquesta”, recuerda y agrega: “Cuando era chico decía que quería ser papa. Siempre quise ser protagonista y la analogía de verme papa o faraón –uno de mis juegos infantiles favoritos– lo encontré en el teatro, un arte que, sabemos, no es democrático, sino vertical”, concluye.

Así, a pesar de haber crecido en una familia de actores (de hecho, su nacimiento se produjo en La Habana, durante una gira de la compañía que integraban su madre Ana María Campoy y su padre, José Cibrián) no pudo trabajar hasta los 18: “Mi madre empezó a actuar a los 4 y nunca quiso que yo hiciera lo mismo”, asegura. “Yo vengo de actores de la legua, de artistas trashumantes y, aunque no haya vivido de la misma forma, heredo esa experiencia”, sostiene. Luego de diversos estrenos poco resonantes (“luego de remarla y remarla”, según aclara el actor y director), su posicionamiento en el campo del musical se produjo junto a Angel Mahler en 1978 con el estreno de Aquí no podemos hacerlo, lugar que se afianza definitivamente con el éxito de Drácula. “Que Tito Lectoure creyera en mí, eso me cambió la vida. Y la de tantos otros que vieron el espectáculo más de 50 veces”, afirma. No incursionó, en cambio, en el teatro de prosa, a pesar de haber escrito La puritana, comedia premiada por Argentores en 1980.

–¿Por qué eligió el formato de semimontado para la puesta de Marica? La obra parece haber sido escrita para más actores.

–Tengo la costumbre de leer mis obras a los productores, haciendo yo mismo todos los personajes. Para convencerlos, lo hice siempre. Y es eso mismo lo que hago en Marica. Aunque es cierto que la obra fue escrita para dos actores y un círculo de guitarras flamencas. Después pensé que la música distraería y decidí estar yo solo en escena.

–¿Su apego a lo español le viene por herencia?

–Mis abuelos, mis padres, mi tía, todos ellos me enseñaron a amar a España. Lo que hablaban, lo que se actuaba, todo eso está metido en mí. Nos venían a visitar españoles exiliados, Rafael Alberti venía a casa... Yo las vi actuar a María Casares, a Margarita Xirgu, a Lola Membrives...

–Llama la atención que no haya música en esta obra...

–Esta vez pensé que distraería. En la ópera, el libro es lo fundamental, la base para que luego se tomen todas las otras decisiones en relación con la música, el vestuario y la escenografía. En los musicales que escribí, las letras tienden a perderse tal vez porque la música sin querer las tapa un poco y por eso que estoy pensado en que podría editarlas. Así que acá quise que el texto fuese lo único importante.

–Lorca aparece en Marica como un ser singular, desde diversos puntos de vista. ¿Qué aspectos de su personalidad le impactan más?

–De Lorca me gusta su verba. Que fuese un hombre pensante, liberal, un revolucionario de la palabra. Aunque sentía, creo yo, una gran culpa por su sexualidad. Llama la atención su inconciencia. Pareciera que se inmoló. ¿Por qué si no volvió a España cuando todos le decían que no debía regresar?

–¿Dalí aparece en la obra como una forma de rechazo a esa sexualidad diferente?

–No hubo un rechazo, en realidad, porque se quisieron mucho. Creo que la figura de Dalí aparece en Marica para referirse al imposible que amaba Federico. El amaba a su amigo como se ama a un absoluto, en este caso al hombre en plenitud, con una virilidad mágica.

–Muchas obras suyas se inspiran en personajes históricos. ¿Una forma de volver a sus juegos infantiles?

–Siempre me gustó la historia. Todavía guardo el libro que me regaló Chicho Ibáñez Serrador sobre la historia de Egipto. Es que la historia es muy teatral, está llena de intrigas. Me impactaban épocas como el Renacimiento, las monarquías. Muchos espectáculos míos (Los Borgia, Las invasiones inglesas) tienen que ver con la historia. Calígula, por ejemplo, fue un musical que entrañaba una gran crítica, pero durante el Proceso esto no fue advertido porque era un musical.

–¿Debió “remar y remar” antes de convertirse en un director exitoso?

–Cuando comencé me iba muy mal. Me acuerdo que un día le dije a Carlos A. Petit –un gran empresario, el creador de la revista– que estaba cansado de fracasar, y él me dijo: “Vos nunca fracasaste, porque para eso, primero hay que tener éxito”.

–¿Exito y fama?

–El éxito tiene que ver con el crédito, con el respeto y el reconocimiento. La fama es otra cosa. Hasta un asesino puede ser famoso. Hoy se habla mucho del éxito y la fama, hay una gran euforia. Todo es desechable y alcanzable en un solo programa.

–¿Qué piensa de esos programas?

–No quiero hablar mal de quienes intervienen allí porque la mayor parte de ellos son gente respetable, con mucha trayectoria, y hay que entender que están allí porque es necesario trabajar y, en muchos casos, para mantenerse hay que tener pantalla.

–¿Le ofrecieron sumarse como jurado?

–Sí. Que me ofrezcan trabajo es algo para agradecer. Pero yo nunca acepté porque no sé decir qué es bueno o malo. Yo creo que se sirve o no siempre en relación con un proyecto, no en general. A diferencia de mis padres, yo pude lograr la libertad de decir que no. Ellos, en cambio, tuvieron que trabajar porque había que comer.

Fuente: Página/12

No sólo un unipersonal

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