Jean-Jacques Lemêtre, Serge Nicolaï y Olivia Corsini


Hacia un teatro elitista para todos

El músico Jean-Jacques Lemêtre, el actor y director Serge Nicolaï, y la actriz y directora Olivia Corsini¸ integrantes del Théâtre du Soleil, hablan de su trabajo y de la controvertida definición de teatro popular de calidad que define a la compañía francesa.

Corrían los setenta y los encuentros programados todavía tenían algo de impreciso, de casual, de esas citas que hacen pensar que “quizás el otro…”, sin las certezas de la tecnología. Pero bastaron algunas descripciones previas por teléfono para reconocerse: “Soy grande, tengo el pelo y la barba larga y oscura”. Eso dijo Jean-Jacques Lemêtre, hace 33 años, antes de encontrarse con Ariane Mnouchkine en el metro Etoile en París para empezar a trabajar juntos. Y se reconocieron, reafirmando con señas lo que no hace falta con palabras, como quien está destinado a entenderse, como quien comparte el mismo código sin saberlo.

Hoy, aunque los tonos del pelo y la barba se hayan desgastado por el tiempo, la comunicación entre ellos perdura inmutable. “En los ensayos, no nos hablamos nunca, nos hacemos señas con los ojos, gestos, mímicas”, cuenta a Ñ digital en la sala grande de Timbre 4 -la escuela de actuación que dirige Claudio Tolcachir-, esta figura mítica e imprescindible del Soleil, gracias a la cual hoy es posible celebrar la unión entre la música y el teatro. Junto a él también se encuentra el actor y director de cine y teatro Serge Nicolaï y la actriz y directora Olivia Corsini, quienes vinieron a Buenos Aires para dictar seminarios en Timbre 4, en donde también estrenan A puerta cerrada, de Jean-Paul Sartre, con elenco local.

Fue en 1964 cuando Mnouchkine, hija del productor de cine ruso Alexandre Mnouchkine, fundó la Compañía Théâtre du Soleil en Francia, hoy un referente indiscutido del teatro francés y del mundo con su propuesta de teatro popular de calidad. En las antípodas de las estructuras jerárquicas, la compañía se define como “una cooperativa obrera de producción”: una forma de teatro donde todos tienen la posibilidad de colaborar, sin que haya directores o técnicos según la acepción tradicional y todos los integrantes cobran el mismo salario.

“Las ideas y las propuestas de Ariane llegan de una necesidad y una exigencia. Ella es una mujer que vive en el presente, y cuando hace una propuesta es porque para ella en ese momento esa historia tiene que ser contada”, asegura Corsini. Así, con una estética teatral que es síntesis entre Oriente y Occidente y, al estilo teatro kabuki o noh, privilegia la composición musical, las máscaras, los maquillajes y la marcación gestual de los actores, en su lista no hay estilo que se le escape. Cuentan con teatro histórico, teatro contemporáneo, revisión de tragedia clásica, incluso hasta Shakespeare. Su primer gran hito fue La cuisine (La cocina) (1967), de Arnold Wesker. Y sus últimas obras son Les Ephémères (Los efímeros) (2006)- parte del programa del FIBA 2007, la última vez que la compañía francesa vino al país- y Les Naufragés du Fol Espoir (Los náufragos de La Loca Esperanza) (2010) -con la que estuvieron en enero pasado en el Festival Santiago a Mil 2012, luego de recorrer Brasil.

Días de trabajo

Al principio, Lemêtre estuvo empleado como profesor encargado de enseñarle a cada uno de los actores un instrumento de música diferente; y Mephisto (Mefisto) fue la primera obra para la que compuso la música. “Cuando hacés música de teatro, es necesario contar imágenes sonoras”, explica. Ahora, lejos de los tiempos en que escribía para los actores, improvisa y sólo él toca los instrumentos especialmente construidos por él, cual luthier, que ya van 2.800. “Sólo escribo cuando tengo que darla a otro músico, sino no”, aclara. A su vez, tanto Corsini como Nicolaï, entre muchos otros, trabajan en consonancia con la música de Lemêtre y se dejan llenar con sus creaciones en los ensayos en La Cartoucherie, ese edificio escondido en el bosque de Vincennes que la troupe transformó en laboratorio de creación desde 1970.

Un día de entrenamiento cualquiera en la compañía empieza por la mañana temprano en la cocina del teatro. Ahí se determina el trabajo del día, se comparte información importante –de trabajo o no- y luego se pasa a la creación. Se decide la escenografía, el vestuario y las escenas del día, y crean hasta ya entrada la noche. Todos prueban los personajes antes de establecer quién va a ser el que finalmente represente el rol de forma definitiva. Empiezan sin elenco fijo, y quien quiera intentar un rol, lo intenta. Y poco a poco, en el trabajo aparece lo que llaman “locomotoras”: aquellos que están más cerca de lo que se busca del personaje. Sin embargo, eso no quiere decir que serán ellos los que harán el rol. “Es como un embudo o un tamiz por el que finalmente van cayendo cosas y se guarda la pepita de oro” -explica Nicolaï-. Es una “evidencia teatral” para todos. Es muy raro decir “es extraño que él haga ese papel”, porque para todo el mundo es evidente que, en el escenario, tiene que ser él”.

Y en este proceso tiene mucho que ver la música de Lemêtre, cuyo ritmo musical se ve influenciado y a su vez influencia estas llamadas “evidencias”. “A la creación, la consideramos un intercambio vital entre el actor, la directora y la música”, explica. En cada ensayo, improvisa con los actores, de acuerdo a la forma en que caminan y respiran, y para convertir su movimiento en música, mira su espalda, su cara, su voz. “Cuando el actor se mueve, le doy el ritmo sobre el cual se mueve. Cuando es sincero, verdadero, concreto, habla a la misma velocidad que camina, como todo el mundo en la vida”, cuenta.

Teatro político

En el Soleil se da una constante articulación entre lo artístico y lo político. Es un teatro con contacto directo con la realidad social con el objetivo de incitar a cambiar las condiciones en las que se vive. “Cuando un espectáculo habla verdaderamente del mundo, y los que vienen a verlo se quedan pensando y se hacen preguntas, entonces sí, es teatro político”, respondió Mnouchkine en conversaciones con Fabienne Pascaud a propósito de los 40 años del Soleil.

Sin embargo, hay un término, que incomoda especialmente a los artistas del Soleil, y es el de “popular”. En las mismas conversaciones con Pascaud, Mnouchkine había señalado que, si fuera por ella, pondría en la fachada de La Cartoucherie “Teatro Popular”. “Hermoso, legible, emocionante, que enseñe y cuente cosas importantes. ¡Lo más hermoso para todos -decía Mnouchkine-. Yo reivindico el término popular”.

A ocho años, parece ser un concepto del que no les hace ninguna gracia hablar. Luego de un rato, surge el oxímoron “Teatro elitista para todos”, que parece ser la nueva forma en que Mnouchkine llama a su modo de expresión y representación teatral. Piensan, titubean, pero finalmente lo dicen. “Es como si el teatro elitista fuera para la gente inteligente, y el popular para la gente estúpida, que no entiende. No, el teatro popular es para todos. Hacemos teatro bueno, para todos. El nivel tiene que ser muy alto y la entrada tiene que ser barata”, explica Corsini. “¿Por qué sólo una clase social puede ir al teatro?. No hacemos un teatro para una clase social, hacemos teatro para la gente, para dar la posibilidad a los demás de tener esta apertura. El teatro es una forma de educar, y el pueblo debe ser educado por el teatro -afirma Nicolaï-. El teatro siempre es un acto político y militante, es una herramienta de cambio social”.

Alguna vez Mnouchkine contó que cuando era niña, le hacían creer que podía cambiar el mundo. “Eso es lo que todos los niños tendrían que tener en cuenta” –dijo-. Haciendo teatro, cambiar el mundo es nuestro derecho y nuestro deber".

Fuente: Revista Ñ

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