Christian Sancho


Christian Sancho: “Nunca me sentí lindo”

Con un pasado fuerte como modelo, se volcó más a la actuación. De chico pintaba para futbolista. Su madre lo Mandó a estudiar teatro para vencer la timidez.

Algún afiche callejero sigue devolviendo esa imagen de sex symbol , con ropas muy cortas y cabellera muy larga, que cuesta encontrar, ahora, en este sobrio muchacho de jean y camisa. Tímido, pelo corto, como distante de ése que asoma en calzoncillos públicamente. “Sí, soy el mismo, pero crecí y estoy cambiando. Mi rol de modelo está quedando atrás y me he volcado más a la actuación. Y estoy más grande y quiero mostrar otras cosas. No reniego, también soy ése de la publicidad. Yo me reconozco mucho en cada etapa de mi pasado... Y sucede algo muy fuerte cada vez que vuelvo a Rosario. Llego allá, voy a la casa de mis padres y me vuelven los aromas, los recuerdos, los viejos sueños. Cada vez que voy es como volver a empezar, por eso me gusta llevar a mis hijos. Quiero que perciban el ámbito en el que me crié, con amor y muchos valores”, explica Christian Sancho, de una sobriedad y sencillez al hablar, que el prejuicio de más de uno, seguramente, no habría imaginado.

Postal urbana de Buenos Aires y de otras grandes ciudades del mundo donde trabajó como modelo, insiste en que es “un pibe del interior. Y trato de que eso no cambie”, aunque haya sido figura en México, Estados Unidos, Francia, Italia y España. “Me cansé de que la vida fuera una valija. En cada país que estuve me sentí muy bien, muy cuidado, valoré cada oportunidad que me dieron, pero con los años empecé a añorar y decidí volver”, cuenta, con una familia consolidada en Buenos Aires (mujer y dos hijos) y con otra -o parte de la misma, en realidad- en su Rosario natal.

A la hora de la merienda, en un sereno bar de Corrientes y Montevideo, comparte que “el otro día, cuando fui para allá, con este nuevo look, mi vieja me vio y me dijo que le hacía acordar mucho a cuando era chico y ella me rapaba para ir a la pileta. Y me conmovió eso, ¿sabés? Fue volver a la infancia en un segundo, algo que me hace bien. Y de pronto me vinieron las imágenes de cuando iba con mi hermano al club Libertad, un lugar chiquito, bien de barrio, donde pasábamos todos los veranos”.

Por aquellos viejos tiempos, jugaba de 7 -wing derecho- en cancha de 11: “Dicen que era bueno tirando centros y, además, le pegaba cruzado. Jugué hasta los 14 años. A esa edad se enfermó mi viejo y eso nos marcó mucho a todos. Tuvo una infección terrible en el hígado y gracias a Dios se pudo curar, pero en ese momento fue un punto de inflexión muy grande, que me sirvió para entender después un montón de cosas. Y comprendí cómo debe funcionar una familia cuando pasa algo así. Mi vieja, que es maravillosa y tiene una gran personalidad, tomó las riendas, mi hermano y yo colaboramos mucho en casa y mi viejo tuvo una valentía... Hablar de esto me emociona. Ahora él está bárbaro. A partir esa situación supe que siempre hay que pelear en la vida, que no hay que dejarse vencer por nada ni por nadie”.

Coprotagonista de Vidas privadas -la comedia que dirige José María Muscari en el teatro Picadilly, de miércoles a domingo-, tuvo un 2011 al que define como “un año muy fuerte en mi carrera, un año de mucho crecimiento. Pude combinar drama y comedia en dos proyectos bien distintos”. Integró el elenco de El paraíso -la tira de Sabrina Farji que emitió Canal 7- y se sumó por un puñado de capítulos a Los únicos , la tira de Pol-ka que lo tendrá con continuidad en la segunda temporada, que arrancará en febrero, por El Trece. El robot que interpretó en esa comedia fue el que lo llevó a cambiar su look.

Ya no más, o al menos por ahora, ese pelilargo que le abrió las puertas del mundo cuando tenía 18 años: con dos años de formación actoral en Rosario (“Mi vieja me mandó a estudiar teatro para ver si superaba la timidez”) y recién instalado en una pensión porteña, iba a sus clases de periodismo deportivo “cuando una mujer me paró por la calle. Estaban haciendo un scouting (selección de gente) mundial de Versace y buscaban jóvenes que no fueran modelos profesionales, que dieran una cosa cotidiana. Hice la prueba y a los tres meses me ofrecieron un contrato para ir a los Estados Unidos”.

¿Y la pensión? La dejé con nostalgia ahí, en Pueyrredón y Mansilla, y de ahí volé a la 68 y Broadway, en Nueva York.

¿La facha te hizo ganar camino? Es que nunca me sentí lindo, te lo juro. Siempre traté de hacer ver el contenido, de que se viera lo que me inculcaron mis viejos.

A los 36 años, a poco de inaugurar en San Martín “un complejo de entrenamiento deportivo, con comida sana de la que se va a encargar mi mujer”, decidió, con sus socios, que el lugar se llamara OAK, un juego de iniciales. La suya es la A de Alejandro, su segundo nombre. Nada de Christian, menos de Sancho. Y cuenta que, cada vez que pisa Rosario, dicen que “ llegó el hijo de Juan . ¿Qué mejor nombre que ése?”.

Fuente: Clarín

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