La oveja abandonada

La oveja abandonada

Una obra que recrea una atmósfera agobiante en la que conviven dos hermanas y un anciano

Para acercarse a La oveja abandonada , la nueva obra dirigida por el brillante actor Agustín Rittano, es importante colocarse en otro tiempo, más pausado, ese que se siente cuando uno se aleja de los ruidos de la ciudad. Con pocos elementos, se recrean una atmósfera calurosa, la humedad veraniega, ese silencio y esa tranquilidad de los pueblos que lejos de dar paz generan una opresión que agobia, y de a poco esa sensación se va trasladando a los personajes.

Como supo hacer años atrás Lucrecia Martel con La ciénaga , en esta obra se nos transporta en pocos minutos a otro lado y a otro tiempo y la gracia está ahí, en poder sumergirse en ese ambiente pueblerino sin más, palparlo, transitarlo e ir entendiendo a sus habitantes. Con la vorágine citadina esto muchas veces se nos hace difícil, pero vale la pena intentarlo, tener esa paciencia y superar por un rato la ansiedad.

Tres hermanos y un abuelo comparten una casa, en decadencia, descuidada, y esperan no saben bien qué, pero esperan. Dos hermanas, antitéticas hasta la médula -una es altísima, escuálida, solidaria, y la otra bajísima, sincera, pulposa, egoísta, hedonista, que piensa en ella, en su futuro y en su huida de ese pueblo que la encierra- charlan, toman sol, se hacen las manos y ven pasar el tiempo. Sólo eso. Mientras tanto el abuelo está por morir, ése es el tema, su muerte les permitiría vender esa casa y así poder llegar a la gran ciudad que promete, y mucho. Pero el abuelo no piensa morir, falta mucho, aclara. Y así, entre escena y escena, el miedo o la alegría de que por fin llegue su deceso mantienen a la familia expectante.

El patio delante de la casa, la siesta eterna, el silencio que grita, el calor, la aridez del ambiente, la detención del tiempo y los deseos frustrados de cada uno de los personajes parecen ser los tópicos que Rittano toca en esta nueva propuesta que lo coloca en un futuro prometedor como dramaturgo.

Las actuaciones son muy buenas. El abuelo, una mezcla entre senil y bizarro, mira fijo al sol y por momentos genera risas. Pero la obra es larga y lenta. La intención, parece, es hacer sentir al espectador el peso del paso del tiempo y no tener nada que hacer en su transcurso. Tal vez una buena idea sea dejarse llevar y entrar en esa atmósfera, sórdida por momentos, para solamente estar.

Fuente: La Nación

Sala: Teatro Anfitrión (Venezuela 3340) / Funciones: Sábados, a las 23

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