El tiempo y los Conway (Time and the Conways)


Nota del 8 de febrero

La pluma de Priestley y la usura de los años

Lola Membrives la estrenó en Buenos Aires, en los años 40 del siglo anterior, con el título, algo pomposo, de La familia Conway, o la herida del tiempo . En el decenio siguiente, el Instituto de Arte Moderno tuvo su caballito de batalla en otra pieza de J. B. (John Boynton) Priestley (1894-1984), Esquina peligrosa , en cartel durante varias temporadas. Ambas obras conforman, junto con la trilogía Yo estuve aquí una vez , escrita en el decenio del 30, sobre el tema favorito del autor británico: el tiempo, su fluir implacable, sus mudanzas y las posibilidades de revertirlo, anticiparlo o, sin más, negarlo. Algo de todo eso recorre el diestro entramado de esta melancólica historia de la familia Conway, que es como el resumen de todas las historias de familia: inicio esperanzado, apogeo y decadencia. Sólo que Priestley introduce un ingrediente insólito: ¿sería posible que alguien, por simple azar o por un don específico, tuviera la posibilidad de asomarse, por un instante, a lo que sucederá, o -más complejo y más fascinante aún- a lo que podría haber sucedido? Mecanismo que, sesenta años después de la trilogía de Priestley, Hollywood desarrolló, en clave de comedia y con pasmosa tecnología, en la saga de Volver al futuro .

Teatro tradicional, sin duda, pero no por eso menos inquietante. Obra de un arquitecto eficaz e inspirado: sólida estructura en la progresión de las situaciones, hábil dosificación de humor y patetismo, diálogo brillante, coherencia y aguda observación psicológica en las caracterizaciones, y hasta un grano de sutil extravagancia, para confirmar el origen inglés. Son las virtudes de un autor clásico, y Priestley alcanzó holgadamente esa posición, como volvió a probarlo, años después, con otra pieza notable, Ha llegado un inspector (1946), cuya vigencia acaba de confirmarse en una espectacular puesta madrileña.

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